Le observé de arriba abajo.
Mis pulmones habían comenzado a fallarme, sin permitirme coger el aire que en
ese momento tanto necesitaba. Mis ojos no querían admitir lo que veían, y mi
cabeza tampoco. ¡Esto es una simple coincidencia! Pensaba.
Pero no, sabía que no. La
reacción de Harry al verme le había delatado por completo. Pero, ¿por qué? No
había sentido que justamente él, mi buen amigo, estuviera enviándome flores.
Aquello era totalmente descomunal.
Me giré, dándole la espalda.
Clavé los ojos en las madres que salían del parque arrastrando los carros de
sus hijos, algunos sentados en ellos y otros caminando a pie junto a ellas.
Todo, a esa edad, es demasiado fácil.
Cerré los ojos con fuerza,
intentando encontrar solución a la escena. Mi estómago parecía estrujarse por
los nervios, no mejorando la situación. Pero dentro de él también estaban las
famosas mariposillas, que parecían que tras su ausencia en el armario de
escobas, habían dado a luz. Jamás había sentido tantas en mí.
Respiré hondo varios segundos,
y me volví sobre mis talones. Tenía que plantar cara, a pesar de que en aquel
momento no me fiaba de mi tez ni de cómo funcionaría mi voz. Sus ojos volvieron
a encontrarme, pero aquella vez si descubrí la tristeza sumida en ellos. Los
tenía débiles, y no lograba mantener la conexión visual más de varios segundos,
clavándolos en mis pies. Un sentimiento de arrepiento me cautivó entera.
-Lo.. lo siento mucho. –Titubeó, aún sin poder
mirarme fijamente. –De verdad que no tenía pensado este momento… ¡Qué imbécil!
No pude contestarle. Quería
gritarle que no era un imbécil, que no debía de pedirme disculpas. Quería darle
las gracias, decirle que jamás nadie se había comportado tan bien y que nunca
me había regalado flores, y menos aún, tan preciosas como me las había mandado
él. Nadie, en su sano juicio, se había molestado en tratarme así. Y él había
marcado con esos detalles un trozo de mi corazón.
-No quería decirte quien era –Prosiguió, tal vez
enderezándose un poco. –por si te defraudaba. –Hizo una mueca. -¡Y claro que te
he defraudado!
-No… -Siseé, casi sin voz. Carraspeé un poco hasta
recuperarla. –No me has defraudado. ¡Joder! –Sonreí, sonreí sin saber como.
–Harry, esto es lo más bonito que me han hecho, jamás me habían tratado así. No
se por qué lo has hecho, pero gracias, gracias de verdad. Y justamente me las
mandaste en el momento en que más lo necesitaba, me ayudaste a no pasarlo tan
mal.
-Por Dougie. –Concluyó él. Un nudo en mi garganta se
formó, sin motivo que yo supiera. –No me preguntes por qué te las envié por qué
entonces no podré evitar confesarlo. Llevo intentando captar tu atención, o
averiguar un poco más de ti desde que te conocí, pero siempre los nervios
acaban apareciendo cuando te hablo. Apenas me atrevo a empezar una conversación
contigo, y cuando lo hago me cuesta proseguirla.
-¿Por qué? –No pude evitar preguntar. Necesitaba
saberlo, necesitaba entenderlo todo. –Por qué las flores, el nerviosismo que te
llega cuando quieres hablarle. Por qué todo eso.
-Por qué creo que me he enamorado de ti. –Espetó,
obligando a salir a las palabras de su garganta. Su rostro adoptó un estado
sombrío, tal vez presa de los nervios y pidiendo a la tierra que le tragase.
–No me preguntes por qué. Es tu forma de ser, de posar simplemente tus ojos en
mí, de que me hables, de que me sonrías. Todo esto –Volvió a mirar al suelo.
–no sé por que lo siento. ¡Jamás una tía me había hecho sentir lo que tú has
conseguido!
-Yo… -Esta vez fui yo la que no podía hablar. –De..
debiste de decírmelo.
-Sabía la respuesta y sigo sabiéndola. –Una triste
sonrisa forzada apareció en su rostro. –Por eso te dije hoy que me fijé en como
mirabas y actuabas cuando mirabas a Dougie. Eso me dolía, sabía que no tenía la
mínima posibilidad. Hubiera sido en vano si te lo hubiera dicho. –Arqueó las
cejas, con un tono de diversión. -¿Y que es lo único que se me ocurre? Mandarte
flores de forma anónima. Sé que es humillante, pero ni quiera me hubiera
atrevido a dártelas a mano.
Terminó allí. Mis palabras se
había atragantado por toda mi garganta sin poder salir. Me estaba asfixiando.
Ni siquiera podía cambiar de posición. Me costaba mirarle, ver como sus ojos se
fijaban en los míos. Me sentía inferior, y una parte de mí dudaba en todas sus
palabras, o simplemente no quería creérselas.
¿Enamorarse de mí? No tengo
nada de especial a todas las demás chicas. Todo lo contrario. Soy una plaga
para esa raza. No tiene sentido. No, no lo tiene.
Noté su impotencia a los
pocos minutos de mi silencio. Se mordió el labio, y de pronto, alguien me
estrujo impetuosamente el estómago. Espera, ¿aquello había sido normal? O no,
no no y no. Tal vez aquel falso sentimiento que sentía por Doug estaba
volviendo a reaparecer en Harry.
-Será mejor que vuelva a Essex. Sé que ahora
preferirías estar sola. –No se equivocaba. Tenía que pensar, abrasarme la
cabeza haciéndolo. –Bueno… gracias por escucharme, y sobre todo por tus
palabras. Espero que esto no afecte a nuestra amistad.
Una vez más, noté en su
rostro la espera de mis palabras, pero de nuevo no me atreví a hablar.
Reaccionando de alguna forma, solo logré sonreír. Era una estúpida.
Me devolvió la sonrisa, pero
más abierta que la mía. Mostró su dentadura, pero en ella se reflejaban los
nervios. Despegó la vista de mí y pareció fijarla en algún lugar del final de la
calle. Él sol le golpeaba en los ojos, decorando su rostro y haciéndole
entrecerrar sus párpados.
Levantó su mano en señal de
despedida. Yo le imité, y supe que de alguna forma había parecido un poco
idiota. Se giró dándome la espalda, dio unos cuantos pasos alejándose de mí
pero no tardó en parar y volverse a girar. Esta vez se reflejaba indecisión en
su rostro.
-Lo siento, pero es que… necesito hacer algo o se que
me arrepentiré el resto de mi vida.
Fui a abrir la boca,
intentando articular de que se trataba, pero pronto vi que se acercaba
rápidamente hacía donde yo estaba. El corazón me dio un revuelvo de miedo tal
vez, de nervios y de emoción. Estaba cerca, y cada vez más. Una sonrisa
nerviosa se le escapaba por la comisura de sus labios, y sin darme cuenta, ya
le encontraba casi apegado a mi cuerpo.
Noté como de un segundo a otro, aferró mi rostro con
delicadeza, y aún sin poder pensar con claridad, paró sus labios a escasos
milímetro de los míos.
Mi respiración se había
agitado, delatando mis mortíferos nervios. Su nariz estaba apegada a la mía,
arrugándola y notando su respiración sobre mi rostro. Aquello, descartando los
nervios y mis ganas de hundirme muerta de vergüenza en la tierra, era
agradable. Sí, totalmente agradable.
Sin entender muy bien por
qué, deseé que rompiera de una vez las distancias. Y como si me hubiera leído
el pensamiento, así hizo. Cortó la poquísima distancia que nos separaba y
definitivamente, apoyó energéticamente sus labios sobre los míos.
Fue cuando mi estómago
pareció explotar dentro de mí.
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