-También se quedará a comer en casa hoy, y luego cogeremos las cosas y nos iremos. –Volvió a aparecer su hoyuelo cuando me sonrió. –Te lo presentaré. Te caerá bien.
-No se me da bien conocer gente. Suelo ruborizarme demasiado.
-No te preocupes, para él eso no es problema. –Rió, a lo cual yo no entendí. –No me hagas mucho caso, desvarío suficiente.
Pasamos toda la mañana entre risas y paseos, y me enseñó gran parte del pueblo. No me presentó a ningún vecino suyo, pero no me importó. Por ahora, me bastaba simplemente con conocerle a él. Cuando fuimos a ver la hora, ambos nos impresionamos al darnos cuenta de que eran casi las doce.
Optamos por regresar a casa, pues debido a nuestro largo paseo aún nos quedaba bastante trayecto de regreso.
-…aún no hemos ido a España, pero lo haremos algún día. –Me aseguró Tom mientras recorríamos la última manzana de regreso. –Será magnífico disfrutar del sol.
-Tengo pensado, cuando cumpla los diez y ocho, regresar allí con mi madre. –El rubio me miró, con una repentina expresión de sorpresa. –Ya lo hablé con ella, y me buscará alguna beca.
-¿No te gusta Reino Unido?
-Sí, ya me he acostumbrado. Pero toda mi vida la tengo allí… mis amigos, mi madre, mi familia.
-¿Y tu padre?
-Vendré de vez en cuando para verle, y también a ti, obvio. –Reí cuando vi que levantaba una ceja para que le nombrase. –Pero no me aferra nada importante aquí, a Inglaterra.
-Ojalá cambiases de opinión. –Colocó sus manos dentro de los bolsillos delanteros del vaquero ensanchado. –Me gustaría disfrutar de alguna tarde contigo viendo película mientras comemos patatas de las que compra mamá.
-¿No estás obsesionado con las patatas? –Empecé a reír sin contenerme, a lo que él se unió.
-¿No sabes acaso lo buenas que están o…?
-¡Al fin te encuentro! –Gritó una voz desde algún sitio, y ambos nos giramos para localizarla. -¡He ido a tu casa y me ha dicho tu madre que habías salido con tu hermanastra o algo así! Tom, estoy aquí.
Él y yo rodamos nuestra cabeza hacía la derecha, localizando la voz ronca. Un chico de chaqueta negra y pantalones también ensanchado, se acercaba a nosotros. Tenía un pelo liso y castaño, bastante apegado y con flequillo que le llegaba a las cejas. Cuando se hubo acercado lo suficiente, diferencié unos ojos azules que resaltaban con facilidad.
-Ya volvíamos a casa. –Musitó Tom mientras le chocaba impetuosamente la mano. –Tampoco te habrás desvivido durante la espera.
-Fue aguantable. –Sus ojos se posaron en mi. -¿Tú madre dijo que era realmente tu hermanastra? Me cuesta creerlo. –Me tendió su mano, enseñándome una radiante sonrisa; no perfecta, pero tentadora. –No puede tener nada de relación una chica tan guapa con alguien como… Tom.
-Estás tonto. –El rubio rió. –Evelyn, este es Danny. Acostúmbrate a este tipo de comentarios; suele ser así con las mujeres.
-Aprecio lo bueno. –Rió, y contagiosamente me uní a él. –Aún no me has contestado.
-Verás, -Tom suspiró. –su padre se ha venido a vivir con mi madre, como pareja, así que eso nos hace como hermanastros. –Movió sus manos, intentando hacer entender. –No se si tu cerebro llegará a captarlo.
-Puede que no tenga cerebro, pero si tengo mente. –Señaló Danny, indicando con el dedo índice. –Nunca lo olvides, querido amigo. –Su voz sonó sabio, e inevitablemente nosotros dos rompimos a carcajadas.
-Tenías razón. –Por fin hablé, dirigiéndome a Tom pero sin dejar de mirar a Danny. –No es tan incómodo conocerle. Es… ¿agradable?
Aquellos bárbaros empezaron a hablar durante el camino, pero pronto me involucraron en la conversación. Cuando nos dimos cuenta, ya habíamos llegado a mi nuevo hogar; la casa blanca con pintura un poco desgastada.
-¿Tú madre sabe que me quedo a comer? –Preguntó Danny, mientras se paraba en el umbral.
-Heeeeem, no. –Su hoyuelo volvió a aparecer. –No pasa nada, Eve casi no come y la comida sobra siempre.
-Habrá que ponerse las pilas. –Aportó mientras se daba una pequeña palmada en la tripa y entraba dentro, después de Tom.
Por el rabillo del ojo pude ver que James y Debbie estaban sentados en la cocina. Tom y su amigo entraron a la sala, junto a ellos, pero yo decidí optar por encerrarme unos minutos en el cuarto.
Atravesé el largo pasillo, hasta que llegué al final del corredor. Cerré la puerta tras de mi, y pude encontrarme algo allí, apoyado sobre la colcha que hizo que mis temores del día siguiente se despertaran; los libros.
0 comentarios:
Publicar un comentario